lunes, 26 de septiembre de 2011

Recorriendo la Puna IV: Antofagasta, Calalaste, salar de Antofalla, Ojos del Campo , Quebrada del Diablo y... ¡kilombo!

Después de un merecido descanso este fin de semana, prosigo con mi relato.
En este caso estamos en el domingo. Ese día era la segunda excursión con el grupo este de italianos personajes, y una vez más teníamos a los mismos guías en la misma formación. El plan era una gran vuelta en círculo, con varias paradas, pero había que volver pronto porque al día siguiente se tenían que ir a eso de las seis de la mañana, así que no se podía especular demasiado con el tiempo...
Comenzamos temprano, saliendo a las ocho, y fuimos rumbo al noroeste dirección Antofagasta de la Sierra, un pueblito algo más grande que El Peñón donde cargaríamos combustible y los italianos llamarían por teléfono, que parece que tenían una gran necesidad de comunicarse con el mundo exterior. Por el camino, paramos en una zona volcánica desde donde se vislumbraban unos ocho volcanes "pequeñitos", y un poco más adelante, en un bonita laguna, ya cerca de Antofagasta.
Rebaño de llamas en Antofagasta de la Sierra
Al llegar, nos recibió un numeroso grupo de llamas domesticadas que cortaban la carretera, y los italianos directamente se inmolaron: se bajaron de las camionetas y empezaron a perseguirlas haciendo fotos, ante la cara de asombro del pastor que las guiaba. Una vez en el pueblo hicimos todas las "diligencias" y seguimos el camino rumbo al pueblo y el salar de Antofalla.
Durante este tramo, fuimos subiendo a la vera de un riachuelo semicongelado y poblado por decenas de llamas en libertad, bebiendo agua fresquita y comiendo pasto verde. Los italianos, hiperexcitados y alterados, se bajaban una y otra vez para hacer fotos, y ya íbamos con algo de retraso. Coronamos a más de 4.500 metros el paso de Calalaste, dicho sea de paso, el lugar más alto en el que jamás he estado, y de ahí empezamos a bajar. Otro día hablaré de las sensaciones a esas altitudes...
Salar de Antofalla
Así que seguimos bajando por un paisaje volcánico y desértico, y de pronto, al coronar una loma, se abrió ante nosotros un lugar extraordinario: el salar de Antofalla. Delante de mis ojos, justo debajo, el salar más largo del mundo, de 163 km de longitud, que se perdía de mi vista tanto a la izquierda como la derecha. Al otro lado, una cadena montañosa altísima, de más de 6.000 metros de altitud, y a sus pies, la diminuta aldea de Antofalla, como un pequeño oasis. Miles de fotos, y p'abajo.
Atravesamos el salar, y llegamos a Antofalla para comer un picnic a base de unas ricas tartas de verdura y otras de jamón y queso. Charlamos un rato con los pueblerinos y nos fuimos, ahora por el borde del salar, comenzando la vuelta a casa por otro camino. A mitad de camino, nos adentramos un poco en el salar para conocer "los Ojos del Campo", que no había entendido lo que era. Al llegar, encontré varias lagunas pequeñas de diferentes colores, unas al lado de las otras: negras, azules, verdes, naranjas... Parece ser que antiguamente eran géiseres, y ahora ya no estaban en actividad, quedándose con estos colores a causa de los minerales que las forman. Espectacular.
Ojos del Campo, con lagunas negras y naranjas
Como se nos estaba haciendo bastante tarde y los italianos tenían que dormir, seguimos el trayecto, volvimos a atravesar el salar de vuelta, e hicimos el retorno a El Peñón por la impresionante Quebrada del Diablo, por su impactante color rojizo. Otra maravilla. También conviene señalar un cono por el que pasamos que era prácticamente perfecto, el cual fue otra parada obligada pese a la prisa que traíamos.
Cono sin nombre conocido
Al final, pusimos pie en la hostería después de las siete de la tarde, con el consiguiente enfado de los turistas. Pero los problemas no habían hecho más que empezar, ya que al entrar nos encontramos con que el "responsable" de la hostería (cuyo jefe máximo es el mismo que en mi fundación), estaba en un evidente estado de embriaguez (y eso que no va a mi curso de coctelería) y decía que quería dimitir de su puesto. Así que el pastelazo era enorme porque había que hacerle entrar en razón, o directamente buscar un sustituto. Además, en un momento dado, el generador de electricidad de la hostería se apagó, y no sabíamos arreglarlo, así que estábamos en oscuridad total. Finalmente, aún no sabemos cómo, entre todos conseguimos esconder y arreglar la situación, aunque parecía que el lunes no podríamos volver a Salta porque tendríamos que hacer algunas gestiones al respecto. Y vaya si hicimos gestiones...

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