Y llegamos al último capítulo de esta doble trilogía sobre Tanzania, que nos llevó a la paradisíaca isla de Zanzíbar. Como no podía ser de otra manera, tenía que concluir el viaje con un poco más de relax, que se prolongó durante tres sabáticos días.
Me quedé en Stone Town, un mágico lugar Patrimonio de la Humanidad que ha vivido cientos de historias y que ha visto pasar todo tipo de civilizaciones y colonizadores: persas, árabes, portugueses, británicos... El resultado es una arquitectura alucinante que mezcla lo arabesco con lo colonial, con esa influencia africana tan personal. Su mercado y sus angostas y serpenteantes calles, llenas de mezquitas y de descascarilladas casas, rebosan vida, repletas de ciudadanos que comparten juegos de mesa, conversaciones, pescado frito o un simple té. Porque este es otro de los atractivos de Stone Town, los puestos de comida en la calle. Aquí puedes encontrar todo tipo de manjares: brochetas de pescado, marisco o carne, pulpo, calamares, gambas o varias clases de pescado frito. Obviamente no me quedé con las ganas de probarlo, y una noche disfruté de un plato de calamar y ndagala fritos, mandioca hervida y una salsa picante hecha de mango. Ríquísimo. Y por menos de un euro.
Aparte de la belleza de Stone Town, Zanzíbar cuenta también con hermosas playas. En la ciudad, llenas de gente bañándose y haciendo deporte, con sus barcos pesqueros tradicionales de fondo. Fuera de ella, kilómetros de playas casi vírgenes donde solo puedes encontrar palmeras sobre arena fina, coloridos y asustadizos cangrejos y algún grupo de pescadores con sus quehaceres diarios. En una de estas playas, en Bububu, pasé un día entero y, de hecho, los pescadores muy simpáticos, se acercaban a interesarse y preguntar qué hacía allí. Me traigo también el recuerdo de un erizo de mar que pisé con ambos pies y del que aún guardo algún recuerdo profundo.
Y nada, creo que es todo. Me he traído una experiencia muy gratificante con este viaje, inolvidable, aunque siempre hay aspectos negativos. ¿Lo dudáis? Por supuesto que los hay. Me han defraudado bastante los tanzanos en general, por su enorme falta de honradez, siempre tratando de estafar al muzungu. La vuelta en bus también merecería una entrada aparte, con más de 33 horas encerrado en un infierno, con los pasillos llenos de gente, maletas, sacos de fruta, e incluso gallinas correteando. Aunque a decir verdad, ahora lo recuerdo con simpatía. En fin, que os recomiendo a todos que, si podéis, os deis una vuelta por este sorprendente país. ¡Salud!
Qué gozada leerte, brother!
ResponderEliminarQué gozada escucharte!!
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